Caressing Words
domingo, 15 de noviembre de 2015
Monstruo
No viajo sola. De mis hombros va siempre colgando una criatura pesada. A veces me acostumbro a llevarla y olvido que está ahí, pero otras veces la noto y me asfixia, me encorva, me susurra constantemente al oído hasta que la jaqueca me vence.
Antes yo y ella estábamos tan unidas que desconocía que no éramos el mismo ser. Cuando me percaté de su presencia, sentí esas ganas irrefrenables de quitármela de encima, así como la impotencia por tenerla fusionada a mí. Poco a poco, inicié un proceso de identificación: aquí acabo yo y aquí empieza ella. Y entonces me miré la espalda al espejo y la vi.
Era una criatura de un cuarto de mi tamaño, pero el doble de pesada. No tenía pies, puesto que no necesitaba caminar. Sin embargo, sus garras me rodeaban el cuello (arañándomelo de vez en cuando) y sus brazos se aferraban a mi torso en una postura algo antinatural. Pero sin duda lo peor de todo era su cara. Sigo horrorizándome al recordarla todavía... puesto que era un reflejo de la mía.
De noche el monstruo suele colarse en mis sueños, controlándolo todo. De día me distrae, intenta decirme cosas en una voz monótona y constante, haciéndome dudar de si se trata de él o del hilo de mis pensamientos. Me hace volver a creer que somos uno. Hace que vuelva a ser dependiente, perturbada, pequeña, pesada, vulnerable, ridícula, insegura, fría, cortante... Hace que me crea él.
Y a veces, dudo de si yo soy el monstruo o la criatura que se aferra desesperadamente a alguien.
lunes, 4 de mayo de 2015
Caos
Desde que me alcanza la memoria han existido en abundancia los puntos. Puntos seguido, puntos aparte o incluso puntos suspensivos... Los capítulos siempre se han empezado con mayúscula y han acabado con puntos; se han ordenado con una lógica para empezarlos a leer con fuerza y acabarlos satisfechos y con ganas de leer el siguiente.
Y ahora, sin previo aviso, todo es diferente. Cojo aire para leer un capítulo aparentemente largo y paro en seco en la tercera palabra. No hay más escrito. Sólo páginas en blanco húmedas y llenas de anhelo. ¿Por qué? ¿Qué ha pasado con los personajes, con la historia? ¿Cómo se puede dejar esto así, en el aire?
Intento aceptar que hay cosas que no tienen una trama ni un fin, sólo un principio dolorosamente perfecto. Y voy al siguiente capítulo. Este. Demasiado. Lleno. De. Puntos. Seguidos.
Lentamente, camino por encima de las letras, en una narración tediosa y que carece de la mínima acción. Empiezo a cansarme del libro, pero no lo puedo dejar. A mi alrededor la gente se ríe con sus libros, llora de emoción, sonríe... Vuelvo mi vista hacia abajo y sigo leyendo.
El nuevo capítulo es espectacular, pero sólo consta de una frase. Una frase que le vuelve a dar sentido a todo y me pinta un aura de felicidad al rededor. No me gustaría acabar el libro aquí, porque nada puede ir mal.
Pero si algo caracteriza este libro es la impredecibilidad. Y desde que se empezó se supo que se trataba de un drama. Así que no es de extrañar que al
martes, 24 de marzo de 2015
Teatro
"Escritora... ¿Escribirás sobre mí?"
Recuerdo cuando me dijiste eso con cierta ironía. Ambos reímos, cómplices. Yo te respondí que si realmente te creías tan importante. Tú fingías haberte metido en un aprieto. Ambos sonreíamos ante la broma. Y aquí estoy, como la necia que soy, escribiendo sobre ti, a pesar de que tú nunca lo sabrás y aunque yo no haya significado absolutamente nada para ti en comparación.
Recuerdo cada detalle de aquella tarde, que fue tristemente la única que tuvimos. Recuerdo el día gris y cómo me esperabas sentado. Recuerdo la posición de tus brazos, la manera en que me mirabas, tu risa nerviosa y tus frases inconexas. Recuerdo que derramé todo el azúcar del té sobre la mesa, y que después cambiaron la intensidad de la luz de las lámparas y todo se volvió extraño. Recuerdo el tiempo que hablamos, pero recuerdo más el tiempo en que sólo nos miramos. Recuerdo tus muecas y tu inseguridad, tus lágrimas contenidas y tus manos temblorosas. Recuerdo tu sinceridad, o lo que a mí me pareció sinceridad. Tus confesiones y tu vulnerabilidad. Y mi falsa seguridad arropándote.
Recuerdo ese momento de estar a punto de tirarnos por el precipicio de la incertidumbre. Ese instante que parecía eterno y que pasó, y me arrastró a un torbellino de emociones. Que me hizo estar en la cima del mundo mirando hacia abajo. Que me hizo sentirme llena aunque me vaciara con cada respiración. Ese instante que hizo que nada más me importara en ese momento.
Recuerdo -aunque con menos detalle- cuando paseábamos, rodeados de un aura de extrañeza, de un cambio entre nosotros que hacía quince minutos no estaba. De golpe todo se antojaba difícil, pero tú me transmitías seguridad y calidez con tus palabras, con tus caricias, con tus besos.
Curioso que dos días después ya no pudieras más conmigo y mis inseguridades, y que no fueras capaz de decírmelo a la cara ni de volver a saludarme. Pero más curioso es el hecho que pese a lo mucho que me esfuerzo en odiarte para no sufrir, no puedo hacerlo. Sigo recordando ese día con cariño y ternura; sigo recordándote como ese chico que se abría y me parecía frágil, ese al que yo parecía importarle.
Por eso no sé cuál ha sido el mejor teatro: el tuyo entonces o el mío ahora.
Recuerdo cuando me dijiste eso con cierta ironía. Ambos reímos, cómplices. Yo te respondí que si realmente te creías tan importante. Tú fingías haberte metido en un aprieto. Ambos sonreíamos ante la broma. Y aquí estoy, como la necia que soy, escribiendo sobre ti, a pesar de que tú nunca lo sabrás y aunque yo no haya significado absolutamente nada para ti en comparación.
Recuerdo cada detalle de aquella tarde, que fue tristemente la única que tuvimos. Recuerdo el día gris y cómo me esperabas sentado. Recuerdo la posición de tus brazos, la manera en que me mirabas, tu risa nerviosa y tus frases inconexas. Recuerdo que derramé todo el azúcar del té sobre la mesa, y que después cambiaron la intensidad de la luz de las lámparas y todo se volvió extraño. Recuerdo el tiempo que hablamos, pero recuerdo más el tiempo en que sólo nos miramos. Recuerdo tus muecas y tu inseguridad, tus lágrimas contenidas y tus manos temblorosas. Recuerdo tu sinceridad, o lo que a mí me pareció sinceridad. Tus confesiones y tu vulnerabilidad. Y mi falsa seguridad arropándote.
Recuerdo ese momento de estar a punto de tirarnos por el precipicio de la incertidumbre. Ese instante que parecía eterno y que pasó, y me arrastró a un torbellino de emociones. Que me hizo estar en la cima del mundo mirando hacia abajo. Que me hizo sentirme llena aunque me vaciara con cada respiración. Ese instante que hizo que nada más me importara en ese momento.
Recuerdo -aunque con menos detalle- cuando paseábamos, rodeados de un aura de extrañeza, de un cambio entre nosotros que hacía quince minutos no estaba. De golpe todo se antojaba difícil, pero tú me transmitías seguridad y calidez con tus palabras, con tus caricias, con tus besos.
Curioso que dos días después ya no pudieras más conmigo y mis inseguridades, y que no fueras capaz de decírmelo a la cara ni de volver a saludarme. Pero más curioso es el hecho que pese a lo mucho que me esfuerzo en odiarte para no sufrir, no puedo hacerlo. Sigo recordando ese día con cariño y ternura; sigo recordándote como ese chico que se abría y me parecía frágil, ese al que yo parecía importarle.
Por eso no sé cuál ha sido el mejor teatro: el tuyo entonces o el mío ahora.
lunes, 27 de octubre de 2014
EPIGRAMA CON MURO
Entre tú y yo
Se levantaba un muro de Berlín
Hecho con horas desiertas
Añoranzas fugaces.
Tú no podías verme
Porque montaban guardia
Los rencores ajenos
Yo no podía verte
Porque me encandilaba
El sol de tus augurios.
Y no obstante solía preguntarme
Como serías en tu espera
Si abrirías por ejemplo los brazos
Para abrazar mi ausencia.
Pero el muro cayó
Se fue cayendo
Nada qué hacer
Con los malentendidos
Hubo quién los juntó como reliquias.
Y de pronto una tarde
Te vi emerger por un hueco de niebla
Y pasar a mi lado sin llamarme
Ni tocarme ni verme
Y correr al encuentro de otro rostro
Rebosante de calma cotidiana
Otro rostro que tal vez ignoraba
Que entre tú y yo existía
Había existido
Un muro de Berlín que al separarnos
Desesperadamente nos juntaba
Ese muro que ahora es sólo escombros, más escombros,
Y olvido.
Entre tú y yo
Se levantaba un muro de Berlín
Hecho con horas desiertas
Añoranzas fugaces.
Tú no podías verme
Porque montaban guardia
Los rencores ajenos
Yo no podía verte
Porque me encandilaba
El sol de tus augurios.
Y no obstante solía preguntarme
Como serías en tu espera
Si abrirías por ejemplo los brazos
Para abrazar mi ausencia.
Pero el muro cayó
Se fue cayendo
Nada qué hacer
Con los malentendidos
Hubo quién los juntó como reliquias.
Y de pronto una tarde
Te vi emerger por un hueco de niebla
Y pasar a mi lado sin llamarme
Ni tocarme ni verme
Y correr al encuentro de otro rostro
Rebosante de calma cotidiana
Otro rostro que tal vez ignoraba
Que entre tú y yo existía
Había existido
Un muro de Berlín que al separarnos
Desesperadamente nos juntaba
Ese muro que ahora es sólo escombros, más escombros,
Y olvido.
-M. Benedetti
domingo, 12 de octubre de 2014
El color blanco de la caja de plastidecor
Negro, rojo, verde, azul, naranja... Todos tenemos un color favorito. Nuestras preferencias al pintar se reflejan en lo gastados que están los colores. Pero siempre hay uno que está prácticamente intacto: el color blanco. Una rareza en un estuche, porque no sirve para nada. Podrá parecer "bonito", pero realmente nadie lo quiere.
Eso el color blanco lo sabe perfectamente, y se martiriza con ello. Aun así un día, de repente, aparece un niño diferente. El color blanco capta su esencia clara y sabe que puede que algún día lo coja. Tiene miedo de hacerse ilusiones, pero no pierde la esperanza. Y finalmente, pintan con él.
Puede que el niño sea diferente. ¿A quién le gusta el color blanco? ¿Qué vas a pintar con eso? Pero el color blanco se siente útil, normal. Un color como cualquier otro. Incluso durante un tiempo, se siente especial. Siente que el hecho de que sólo un niño aprecie su tono es precioso. Y con el tiempo, el niño lleva el color siempre en el bolsillo, preparado para hacerlo sentir único. Y el blanco, aguardando en la oscuridad, se siente el color más feliz del mundo.
Pero pasa el tiempo, y el color nota cosas. Nota que el aprecio que siente hacia el niño ya no es tan correspondido por éste. Y es normal. Lo raro sería que no se hubiera cansado de pintar con un color que ni siquiera se ve. De vez en cuando, lo deja con los demás colores. Y el color se vuelve a sentir pequeñito porque, aunque ahora está gastado (cosa que significa que ha sido útil), ve a los otros colores más felices con sus dueños y a los dueños de estos felices con ellos. Blanco se siente solo y no correspondido.
Y es que los otros niños ya es imposible que se fijen en un color tan gastado y además teniendo colores más bonitos. Blanco, aun así, permanece en el estuche con la cabeza bien alta cuando todos le ignoran, ya que él sabe que es querido aunque sea un poco, y eso le basta.
El desgastado color se fija en su dueño cada vez que pasa, cruzando los dedos, esperando a que lo coja para pintar. Y cuando lo hace, se esfuerza en sacar el color más nítido que puede, demostrándole que sigue igual que el primer día; que es el mismo. Pero quizá es el niño el que ha cambiado. A veces, el niño pinta sin ganas mientras mira otros colores de reojo. A veces ni siquiera quiere pintar y prefiere salir a jugar.
Quizá el niño sólo ha estado con el color Blanco porque es lo más diferente que hay a un color, lo más insignificante. Y puede que sólo haya pintado con él porque a todos los niños les gusta pintar, y no quería ser menos. Y, aunque ya no le haga tanta ilusión, puede -y sólo puede- que algún día se llenara de felicidad al pintar con él.
Lo malo es que el color blanco se vuelve a sentir inútil, pero con una diferencia respecto al principio: necesita a ese niño que ya no cuenta con él. Necesita que lo coja y vuelva a pintar con ilusión, con fascinación; que le diga lo que aprecia su diferente y extraño color, que es lo que más le gusta de él; que pese a estar desgastado y no tan blanco y aunque pinte gris a veces sigue gustándole como es.
Y necesita que lo saque del estuche.
Que vuelva a llevarlo en el bolsillo a todas partes.
Que le saque punta y lo limpie y le haga pintar los dibujos más claros sobre la cartulina más negra que encuentre.
Eso el color blanco lo sabe perfectamente, y se martiriza con ello. Aun así un día, de repente, aparece un niño diferente. El color blanco capta su esencia clara y sabe que puede que algún día lo coja. Tiene miedo de hacerse ilusiones, pero no pierde la esperanza. Y finalmente, pintan con él.
Puede que el niño sea diferente. ¿A quién le gusta el color blanco? ¿Qué vas a pintar con eso? Pero el color blanco se siente útil, normal. Un color como cualquier otro. Incluso durante un tiempo, se siente especial. Siente que el hecho de que sólo un niño aprecie su tono es precioso. Y con el tiempo, el niño lleva el color siempre en el bolsillo, preparado para hacerlo sentir único. Y el blanco, aguardando en la oscuridad, se siente el color más feliz del mundo.
Pero pasa el tiempo, y el color nota cosas. Nota que el aprecio que siente hacia el niño ya no es tan correspondido por éste. Y es normal. Lo raro sería que no se hubiera cansado de pintar con un color que ni siquiera se ve. De vez en cuando, lo deja con los demás colores. Y el color se vuelve a sentir pequeñito porque, aunque ahora está gastado (cosa que significa que ha sido útil), ve a los otros colores más felices con sus dueños y a los dueños de estos felices con ellos. Blanco se siente solo y no correspondido.
Y es que los otros niños ya es imposible que se fijen en un color tan gastado y además teniendo colores más bonitos. Blanco, aun así, permanece en el estuche con la cabeza bien alta cuando todos le ignoran, ya que él sabe que es querido aunque sea un poco, y eso le basta.
El desgastado color se fija en su dueño cada vez que pasa, cruzando los dedos, esperando a que lo coja para pintar. Y cuando lo hace, se esfuerza en sacar el color más nítido que puede, demostrándole que sigue igual que el primer día; que es el mismo. Pero quizá es el niño el que ha cambiado. A veces, el niño pinta sin ganas mientras mira otros colores de reojo. A veces ni siquiera quiere pintar y prefiere salir a jugar.
Quizá el niño sólo ha estado con el color Blanco porque es lo más diferente que hay a un color, lo más insignificante. Y puede que sólo haya pintado con él porque a todos los niños les gusta pintar, y no quería ser menos. Y, aunque ya no le haga tanta ilusión, puede -y sólo puede- que algún día se llenara de felicidad al pintar con él.
Lo malo es que el color blanco se vuelve a sentir inútil, pero con una diferencia respecto al principio: necesita a ese niño que ya no cuenta con él. Necesita que lo coja y vuelva a pintar con ilusión, con fascinación; que le diga lo que aprecia su diferente y extraño color, que es lo que más le gusta de él; que pese a estar desgastado y no tan blanco y aunque pinte gris a veces sigue gustándole como es.
Y necesita que lo saque del estuche.
Que vuelva a llevarlo en el bolsillo a todas partes.
Que le saque punta y lo limpie y le haga pintar los dibujos más claros sobre la cartulina más negra que encuentre.
jueves, 21 de agosto de 2014
Gusano
Pobre gusanito. Reptando hacia delante sin parar, diminuto. Con muchas cosas en qué pensar y un gran mundo interior que nadie ve.
El desgraciado no puede descubrir y apreciar lo que le rodea, porque cuando está solo se centra en lo poco que vale; en lo poco que merece la pena todo si no hay nadie para compartirlo. Sin embargo, contra más gusanos u otros animales hay donde él está, más insignificante y sucio se siente. Revolcándose entre excrementos y suciedad se intenta valer, pero es prescindible para todos. Se podría ir y nadie se daría cuenta.
Lo curioso es que en ningún momento ha anhelado ser mariposa, ya que sería destruir su mundo interior estando en la crisálida para convertirlo todo en belleza exterior. ¿Entonces por qué le molesta que haya animales que escojan ese camino? Porque agradan a todos, se sienten importantes, imprescindibles. Su camino merece la pena, aunque esté basado en la superficialidad. Porque es la superficialidad la que mueve el mundo. A nadie le importan los gusanos, aunque puedan ser fascinantes; las mariposas son más simples y llamativas e inspiran a los poetas mediante el mero hecho de la contemplación.
¿Por qué los gusanos no lloran? Porque si les salieran lágrimas dificultarían su camino subterráneo. Ahora el pequeño gusano desciende, cada vez más bajo tierra, esperando encontrar una señal que nunca aparecerá. Una señal que le confirme que todo lo que sufre merece la pena.
Para el pequeño gusano los sueños por cumplir se desvanecen con el tiempo, ya que el cielo se antoja cada vez más lejano.
jueves, 8 de mayo de 2014
To this day
a tidal wave of anti depressants
and an adolescence of being called popper
one part because of the pills
and ninety nine parts because of the cruelty
he tried to kill himself in grade ten
when a kid who still had his mom and dad
had the audacity to tell him “get over it” as if depression
is something that can be remedied
by any of the contents found in a first aid kit
to this day
he is a stick on TNT lit from both ends
could describe to you in detail the way the sky bends
in the moments before it’s about to fall
and despite an army of friends
who all call him an inspiration
he remains a conversation piece between people
who can’t understand
sometimes becoming drug free
has less to do with addiction
and more to do with sanity
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